martes, 23 de septiembre de 2008

Me siento triste y vulnerable


Quiero escribir siendo yo. No quiero decir nada siendo "el otro". No puedo, no debo; el dolor es más grande que mi conciencia, que pretende abarcarlo todo. Inclusive creando un espacio para el misterio con la esperanza de que éste exista, creando así la única razón por la cual termino escribiendo esto.
Siento que no seré capaz de escribir entre líneas. Prefiero que la entonación interpretativa le otorgue sentido o fondo a todo esto, que en principio se escribe para ser leído a mí mismo, para no caer en un juego dialéctico sin salida.
Una distancia insostenible
Me duele no estar cerca. Estar tan lejos, ahora más que nunca. En vez de sentirme aliviado por estar fuera, me siento triste y vulnerable.
La agnosia diaria nos ha permitido vivir en un país, en un planeta, que nos obliga a replantearnos el significado de las cosas para acordarnos que estamos vivos. En portugués acordei significa "desperté", y eso es lo que me pasa al despertar fuera de mi país: me acuerdo que estoy lejos, en otro lugar, y que pronto será el cumpleaños de alguien de mi familia o que en México son siete horas menos y que amigos míos apenas estarán yéndose a dormir. Esa realidad puede más que cualquier otra.
De eso están hechos los sueños por los que navegué, haciendo acrobacias en la tabla en la que me subieron mis hermanos. Pero llega el momento en el que no puedo seguir recordando ese sueño, cuando una bocanada de humo me atraganta, contamina la sinapsis y veo dónde estoy: lejos de donde nací, tratando de no esperar la cuenta de los muertos de cada día.
Jamás pensé que existiera una relación entre la distancia y el dolor. Ahora veo que la angustia crece cuanto más lejos me siento. Cuanto más recuerdo lo que he vivido es cuando más cerca estoy de mí y de mi pie que tiembla buscando palabras.
Y aunque estuviera viendo la calle donde jugaba futbol de niño, o dormido en el pesero en el que regresaba de la secundaria a las tres de la tarde, o haciendo esas conversaciones cínicas, inocentes, riéndome con mis amigos, o tomado de la mano de mis compañeros para salir al recreo en el jardín de niños, ahora me siento más lejos que nunca.
La edad hace lo suyo, y la memoria, que escoge lo que le viene en gana, también. Los recuerdos me hacen sentir nostalgia por esos instantes que se me escaparon de las manos y que constantemente me recuerdan al que fui.
Pero ese patrimonio vivencial en realidad no desaparece: se convierte en mi identidad a final de cuentas. ¿Por qué será, entonces, que el que soy ahora reclama espacio, lugar, proximidad ante lo que me ha dado la oportunidad de ser? ¿Por qué al ver tanta violencia siento como si la agresión se hubiera perpetrado en contra de mis recuerdos o de mi identidad, de mí? Cada muerte parece robarle libertad a mi memoria, atentando contra el horizonte, que es hacia donde apunta desde que existe.
Aun así sigo viendo la foto que nunca existió del tejado del lugar donde nació mi padre, es en tierra caliente, Michoacán. Huetamo. Detrás de la última torre de la iglesia había nubes que a veces llevaban consigo sapos que caían por todo el pueblo. En el río Balsas habían caimanes y desayunábamos en el mercado jugo de naranja junto a un puesto donde vendían iguanas. Mi abuelo era médico y tenía una farmacia. A veces se me aparece el olor del tamal con piloncillo envuelto en hojas de plátano que comíamos los huachitos, como les dicen allá a los niños.
Había un árbol enanito que quizá aún existe: creció en la azotea de la casa de mi abuela. Nació en medio de grietas. El árbol jamás pudo dar sombra, tal vez porque tampoco había a qué darle sombra. Siento como si ese árbol lo hubiéramos visto sólo dos o tres personas. Puedo dibujarlo, y aún me puedo perder pensando en la fauna microscópica que lo habitaba, tal como lo hacía cuando tenía cuatro años.
En esa memoria me gustaría encontrar algo -la solución, una frase, una imagen, un sonido- para encontrar la manera de cambiar las cosas. Si la hallo, no sé si la podré explicar.
Pero una cosa sí puedo explicar: la libertad es la búsqueda personal del bien común. Por lo menos esa búsqueda me hace sentir libre. Y no quiero renunciar a ese camino.

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